El juego de Julián

_______________________________________

Un cuento de Abelardo (Alejandro Hippólito) ilustrado por Rey Carbono.

pdf :   1   2   3   4   5   6   7   8   9   10   11

 

          La mañana se deshacía como un mal sueño a través de la cortina del comedor. Julián se había dejado llevar por aquel collage ondulante de luces, sombras y líneas quebradas que se completaba sobre la pared.  

          El tiempo estaba hecho para perderse en aquella letanía de domingo y las manos de Julián eran parte del mantel sobre la mesa del comedor, ensayando un mimetismo ocasional de telas y de carne.

          La emoción había abandonado los días de Julián, o no había estado nunca.

          Pensaba, lentamente, deteniéndose en el sopor del sueño aparente que nos invade cuando detenemos la mirada en un punto fijo que nos separa del cuerpo. Puso su mente a la deriva, la dejó hundirse y emerger en la espesura de ese prisma que combinaba las piezas a su antojo.  

          Permaneció, por más de quince minutos, meciéndose como un péndulo entre la nada y la conciencia.

          De pronto, una idea le arañó la espalda.  

 

          Qué pasaría si tuviera que obedecer la sentencia absoluta del destino, si sus pasos, de ahora en más, estuvieran signados por el azar, si cada día fuera como un casillero y él se transformara en la ficha de un juego descomunal, que abarcara todo su mundo.

          Sus ojos se movían, ahora, como moscas en un frasco, el corazón le prometía un estallido de emoción y de asombro. ¿Sería posible arremeter contra esa existencia que lo arrojaba siempre contra los rincones, al margen de sus propios deseos?

          Se levantó con energía desbordante de la silla que ya formaba parte de su cuerpo, corrió por el pasillo hasta el cuarto del fondo donde guardaba pilas de papeles y objetos que jamás se atrevió a tirar a la basura. Revolvió dentro de una caja, escarbó como un perro en la tierra, hasta que extrajo del fondo un pedazo de madera, un cubo sin inscripciones como un dado despoblado.

          Lo limpió con una de las mangas de su camisa, lo dejó sobre la mesa del comedor y corrió a la cocina para volver al poco tiempo con un manojo de cuchillos diferentes. En un estado total de exaltación, talló en la madera figuras que se le iban revelando, cada cara del dado se fue degradando en virutas que saltaban sobre la mesa para dejar al descubierto seis pequeñas heridas.

 

          Así quedaron expuestas las figuras de un pájaro, una mano, un ojo, una nariz, una oreja y una boca.

 

 

 

 

 


          Se quedó un instante respirando torpemente, aquellos estigmas sobre las seis caras del dado se alejaban de su voluntad inicial para aparecer distantes, ajenos, como si otra mano los hubiera tallado.

          Se levantó de su silla, dio algunos pasos cercanos a la mesa, no sabía cómo continuar, apoyó los puños sobre la madera mirando fijamente el cubo que había moldeado. Con un impulso repentino, corrió una vez más hasta la cocina, se detuvo frente al calendario y con furia quirúrgica arrancó la hoja de agosto.

          Regresó al comedor, dispuso la hoja sobre el mantel cerca del dado.

          Faltaba algo.

          Con miga de pan, sus manos de improvisado artesano modelaron una figura de hombre, que finalmente se sostuvo de pie.

          El dado, la hoja con los días dispuestos en cuadrados, y la figura del pequeño caminante era todo lo que necesitaba para quebrar la monotonía que lo mantenía atrapado.  

          En una hoja de papel amarillo que tenía al lado del teléfono anotó, por impulso más que por razón, seis acciones a seguir según la figura que saliera en el dado. Sintió un placer conmovedor, como si fuera por primera vez dueño de algo.

 

 

 

 

          Las reglas de aquel juego que se disponía a ejecutar no contemplaban margen para la duda o la interpretación antojadiza. Eran instrucciones implacables, cada acción debería ser cumplida en el lapso de un día, un cuadro del calendario. La figura avanzaría con cada jornada si él cumplía con aquel pacto secreto que lo distanciaba de la propia voluntad y lo ponía en manos del azar como las velas de un barco.

          El juego estaba pensado para ser jugado, no para lograr un fin.

          Julián sería la pieza del tablero obediente al designio del dado, y día tras día saldría a la calle con un mandato que cumplir. Si el ojo signaba la jornada, hasta las doce de la noche de ese día les negaría la mirada a las personas que no toleraba. Si salía boca, le estaría prohibido mentir, ni en lo más mínimo podría disimular la verdad durante ese día. Si, en cambio, la figura de la nariz resultaba la elegida por el azar, debería mostrarse orgulloso y altivo frente a todos sin importar a quién tuviera enfrente. La mano le impondría el golpe o la caricia, sería justo e imparcial durante todo el día. La figura de la oreja reclamaría la atención de todos, a la vez lo obligaría a escuchar a aquellos que frecuentemente ignoraba. El pájaro, sexta y última posibilidad, le permitiría un día de absoluta libertad para hacer lo que quisiera.

         Nadie debería saber jamás que estaba jugando un juego con un solo jugador, que todos eran parte del tablero y que el premio era la emoción de cada día.

          Aquella noche se debatió entre pesadillas similares a las que nos invaden cuando la fiebre nos ocupa todo el cuerpo, las figuras del dado que había tallado aparecían como heridas, marcadas a fuego en su cuerpo que se retorcía sobre arena y piedras. 

 

 

          A las ocho de la mañana, hora que se había fijado hacer el primer lanzamiento, caminó hasta la mesa del comedor, disfrutó el temblor de su mano tomando el dado, bañada en sudor, la pieza de madera abandonó los dedos de Julián para rebotar un par de veces en la mesa. La respiración se detuvo en toda la casa. La figura para aquel primer día era el ojo.

          No pudo dejar de sonreír mientras se vestía. Antes de salir, acomodó el hombrecito de miga de pan sobre el primer casillero del almanaque, lunes 3 de agosto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          En el ascensor sintió la tentación de mirarse en el espejo, pero decidió que era una buena forma de comenzar si esquivaba su propia mirada, ya que aquel que lo desafiaba detrás del vidrio no era, todavía, de su agrado.

          Caminó las seis cuadras hasta la oficina, observando al enjambre de desconocidos que se cruzaron en su camino con el indulto que les prodigaba aquel anonimato. Al entrar al edificio de la empresa de seguros, saludó cálidamente a Luis, el portero, por quien sentía un moderado afecto.

          En el ascensor optó por la seguridad de la mirada al vacío, no quería que la sorpresa de la puerta automática lo topara de frente con alguno de los muchos seres que despreciaba en aquel lugar.  

          Descendió en el noveno piso y se dirigió a su escritorio rápidamente, saludando mecánicamente sin mirar a nadie, escudado en su fama de tipo parco e introvertido.

          Hasta ahora todo iba bien.

          Cerca del mediodía surgió una reunión inesperada, lo convocaron a la sala privada donde su jefe y el contador le expusieron una serie de estúpidas reformas sobre las pólizas. Casi no escuchó lo que le decían, concentrado en el movimiento de la cuchara en el pocillo de café. Detestaba a su jefe y el contador parecía simplemente una serpiente obsecuente y letal.  

          Sólo se dedicó a asentir con la cabeza y se retiró saludando de espaldas. Su jefe y el contador se miraron sin entender qué le pasaba a Julián, tal vez un mal día, aunque no le conocían un día bueno.  

          Comió solo, en su escritorio, y descansó su penitencia en los ojos de Silvia, que pasó a su lado rumbo a la salida. Aquella mujer era, tal vez, la única persona que justificaba cada día en esa empresa.

          La tarde la dedicó al archivo. Nadie iba por lo general al salón repleto de ficheros y podía evitar cualquier mirada que le hiciera perder aquel juego en la primera jornada. No podía dejar de sentirse dichoso por cada hora que pasaba, cada pequeña victoria era una revancha que le llenaba el pecho.  

 

          Volvió a su casa caminando, como siempre, incomodando a la gente con un desborde de miradas directas.

          Dejó su saco sobre la silla del recibidor, pasó junto a la mesa y observó el calendario con una sonrisa triunfal.

          Esa noche durmió serenamente, aquel juego lo había devuelto a la vida.  

          Al día siguiente se despertó con inusitada energía, pasó por el comedor rumbo a la cocina y se detuvo en seco. Giró despacio su cuerpo hacia la mesa del comedor y pudo ver claramente cómo la pequeña figura de miga de pan se encontraba de pie, en el cuatro de agosto.  

          No recordaba haberla puesto allí, se suponía que movería la pieza recién hoy después de tirar el dado.

          Pronto abandonó aquel estupor inicial, confiado en que la emoción del día anterior le había hecho olvidar ese detalle.

          Bebió su café mirando el dado fijamente, luego lo tomó con dos dedos, lo sintió bailar dentro del puño y lo arrojó sobre la mesa.

          La mano fue el símbolo que eligió la suerte, hoy debería ser un hombre justo.

          Y así fue que debió pagar lo que debía, reconoció errores que hubiera preferido negar, habló con su padre para saldar una  deuda de sangre y fue un hombre justo hasta el límite de su propio juicio. El juego ocupaba todas sus emociones, le absorbía el tiempo y los sentidos, lo empujaba con fuerza cada día y lo calzaba en una coraza que no era su cuerpo, que se le revelaba como el cuerpo de otro hombre que, simplemente, jugaba un juego.

          Poco a poco, la figura del hombrecito avanzaba en el tablero por propia voluntad, y Julián no recordaba cuándo fue que aquello dejó de asombrarlo.

          Doce de agosto, quince, veintidós. Fue soberbio y temeroso, altanero y justo, escuchó y se hizo escuchar, y fue libre el veinticuatro de agosto.

          Agotado, al límite de su propia excitación, ajeno a su voluntad y cautivo de aquel juego que había creado, decidió que el fin llegaría cuando la suerte eligiera pájaro tres días consecutivos.

 

 

          Aquello podía ocurrir esa semana o podía no ocurrir jamás.

 

          Pero creía que el azar, que dominaba su vida desde el tres de agosto, debía decidir cuándo sería la última tirada de los dados.

          Agosto llegó a su fin, y septiembre y octubre.

 

 

          Julián era un espectro, en más de una oportunidad sintió deseos de mirar a su jefe a los ojos y gritar que por fin había perdido, quiso ser obscenamente injusto, sin ganas de escuchar a nadie, sin orgullo y sin soberbia decidía sin embargo seguir adelante, por dos razones tan extrañas como naturales a esa altura de los acontecimientos.

          El pequeño humanoide seguía moviéndose cada día, de cuadro en cuadro, acaso por una oculta faceta de Julián, quien se suponía, para ese entonces, como sonámbulo o demente.

          Por otra parte, el azar jamás había elegido la figura de la boca.

          Hasta que el 24 de noviembre, la boca salió.

          Julián bajó temblando por las escaleras, salió a la calle aturdido, tambaleándose entre la gente gritaba que todo era un juego, que quería volver a ser Julián y no un muñeco de miga en un tablero descomunal. Le gritó a su jefe que era una basura y a Silvia que la amaba, dijo tantas verdades que le dolía la garganta.

          No se calló una sola palabra ante nadie, perdió un amigo y el trabajo. Volvió a su casa arrastrando los pasos por una calle desierta, a las doce de la noche.

          Los tres días siguientes, se repitió la figura del pájaro.

          Creyó ser libre por fin, creyó haber ganado. Volvió a su letargo fantasmal, al transcurso de los días, a la seguridad de la ausencia.

          Sin embargo, aquello que lo rescató del margen y lo convirtió en testigo del abismo, lo despojó de su voluntad al límite de no reconocerse.

          El treinta y uno de diciembre, mientras afuera son las doce y estalla el cielo con su fiesta de colores, Julián se sienta en la mesa con un pequeño cubo de madera entre los dedos.

 

 


más

REY CARBONO

 

músico, dibujante, pintor, ilustrador, diseñador de portadas, realizador de vídeos, organizador de conciertos


discografía ruidemos

barironias barbitúricas

olimpia

myspace

youtube

flickr

fotolog

ciclo-p


martinscattone(a)hotmail.com



argentina